martes, 28 de abril de 2015

Las vivencias que marcan son los hechos que te definen.

Así es.
Cuando experimentas un giro de 360º en tu vida y todo se tambalea, comienzas a cambiar tu forma de ver las cosas. Cambian tus prioridades, tu comportamiento, tu forma de ser. Te conviertes en una persona completamente diferente. Pasas más horas al día de las que deberías pensando en todo lo que debiste hacer y, especialmente, en lo que no hiciste...

Ahora me doy cuenta de que nunca di las gracias lo suficiente a quienes más lo merecían, a quienes ya no podré darlas. Nunca fueron las suficientes.

Luego te sobrepones, recuerdas por quiénes luchas cada día, decides seguir adelante y no dejarte caer. Decides ser un fénix y resurgir de tus cenizas. Decides que tienes mucho, muchísimo, que aportar al mundo. Y decides levantarte, terminar lo que has empezado y lo que con tanto esfuerzo has ido consiguiendo después de muchos años.

Lejos de querer adoctrinar a nadie, me permitiré dar un consejo: disfruta de todos los momentos que la vida te concede con tus seres queridos y cuida de ellos, como ellos han hecho contigo.  Sabemos que la muerte es parte de la vida, pero cuando llega siempre es muy duro hacerse a la idea. Ojalá esto sirva para alguien.


<<Recuerdo llegar... Recuerdo llegar y darme cuenta de que ella no estaba, de que no había venido a reencontrarme. Era muy extraño no verla allí, siempre le encantaba correr a abrazarme y comerme a besos cuando me pasaba tiempo fuera y regresaba a casa. No estaba... Me pasé todo el camino de vuelta interrogando a mi padre sobre qué había pasado en mi ausencia. "Que estaba mala", me dijo. "Tan mala como para no venir al aeropuerto...", pensé yo. Subí a casa, solté mis cosas y caminé deprisa hasta su habitación. No podía creer lo que veía. No me va a hacer falta escribir esta parte porque creo que nunca borraré esa imagen de mi mente. Sólo sus ojos... Sus ojos verdes, incluso más verdes que los míos, ahora se veían oscuros, tristes y amarillos... Y su cara, su cara dibujó una sonrisa al verme, como siempre... Como si no pasara nada. Mamá.... ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Creíste que alguna vez me iba a perdonar no estar contigo? Me asusté, me asusté tanto que en vez de dejarte en casa y aprovechar los pocos momentos tranquilos que nos podían quedar juntas, te llevé de vuelta al hospital, de vuelta al trajín de analíticas, toma de tensiones, oxígeno y sondas... Al final todo, ¿para qué? No consigo recordar nada alegre de esa semana... Sólo recuerdo una mala noticia tras otra, incluso las que me dijeron sin ni siquiera palabras. Sólo recuerdo tener que hacer de adulta, tener que mantener una sonrisa dentro y beberme las lágrimas y los gritos al traspasar la puerta. Recuerdo la pastilla que me calmó unas horas y volví al infierno, infierno que fingí que no existía sólo por poder estar contigo, mirarte a la cara y decirte que todo iría bien, cogerte de la mano y decirte que yo estaba allí, que teníamos que ser fuertes.

Recuerdo la última vez que la vi andar, recuerdo darle un abrazo junto a la ventana y pensar que probablemente sería el último... Y lo fue...

Recuerdo el día en el que su sodio decidió desaparecer y perdió completamente la memoria, bueno, no completamente porque sólo decía mi nombre y a mi padre le llamaba "mamá".

Recuerdo las veces en las que por la noche me subía al coche, recostaba el sillón y me dejaba ir,    lloraba y miraba al cielo y pedía un milagro que sabía que no iba a llegar a tiempo.

Recuerdo el día de la derivación, recuerdo tener todas mis esperanzas puestas en un médico, aunque no fuese a curarse pero al menos podía darle unos meses más... Recuerdo cuando a las horas recibí la noticia de que estaba el intestino tan obstruido que no había manera de llegar al conducto. Recuerdo quedarme paralizada, mirar a la doctora sin poder responder. ¿Me estaba diciendo que ya estaba? ¿Que no había más que hacer? Y recuerdo que no me dejó tiempo de reaccionar, ni de preguntar ni de consolarme... Sólo me dijo que habría otras opciones por radiología intervencionista. Opciones que nunca llegó a dar tiempo de intentar.

Recuerdo sus riñones fallando, recuerdo su mirada hacia la enfermera cada vez que por la mañana le retiraba la orina del recipiente de debajo de su cama. Era como si rogase que aquello mejorara, aún sin decirme nada.

Ahora creo que eso era lo que reinaba entre nosotras: "la ley del silencio" para protegerme a mí y yo para protegerla a ella. Sólo nos decíamos dos palabras, sólo "te quiero", y sólo eso hacía falta.

Recuerdo el día en que me dijeron que no pasaría el fin de semana. Y sin embargo seguía siendo tan ella... Recuerdo que durante esos tres días me llamaron varias veces, cada día, para repetirme que estuviese preparada... La última vez me dijeron que era hora de sedarla, que ya no respiraba bien, que se ahogaba... Y yo no me lo podía creer porque hasta esa misma mañana me hablaba... Quería sentarse aunque ya no podía... Pero quería curarse... Y ella no sabía que ya nunca podría... Tenía esperanza, yo nunca tuve fuerzas para quitárselas, para verla apagarse por dentro además de por fuera.

Recuerdo que durante esa semana todas las canciones que ponían en la radio me hablaban de decir adiós, y aún cuando hoy las escucho tengo que cambiar de emisora o salir de la habitación.
Recuerdo la última noche, recuerdo no poder seguir viendo cómo mi madre ya no tenía conciencia de nada de lo que la rodeaba, de cómo se estaba ahogando, de esa respiración final... Recuerdo soñar que me ahogaba y moría y después recibir una llamada... Volver corriendo al hospital y ver a mi padre en el pasillo... Recuerdo no poder entrar en la habitación, no poder verla... Eso sí que era más de lo que esta mente hubiese podido soportar. Nunca entré, nunca la vi sin vida. Y seguramente nunca jamás en mi vida lo podré aceptar. Probablemente, para mí ella sigue viva en algún lugar, dentro de mí, queriéndome...

Después de eso, todo fue muy rápido. De repente, ya estaba en el tanatorio, con la mirada perdida saludando a gente que no conocía. Quedando mal con otras si no estaba dispuesta a entablar una conversación. Recuerdo el traslado a nuestro pueblo, pasar todo el trayecto detrás del coche fúnebre y casi no poder mirarlo por no imaginarme quién iba dentro. Recuerdo la llegada a la iglesia y que todo el pueblo estuviera presente, su acompañamiento hasta el cementerio... Al principio esto me molestó porque lo que menos quería era saludar a nadie, pero luego vi que muchos de ellos estaban allí por mí, por querer acompañarme en mi dolor, y me lo hicieron hasta el final, hasta el último adiós, hasta el último vistazo hasta que el cemento nos separó para siempre. Mamá... No lo entiendo. ¿Por qué ahora que podíamos hacer tantas cosas juntas? Me he quedado sola... Sin la persona cuyo amor siempre será el único incondicional, sin la persona que era feliz sólo con verme feliz. Sin la persona que más orgullosa podría estar nunca de mí, aunque yo no hiciese nada extraordinario. Sin la única razón que yo tenía para querer ser mejor persona, porque tú eras mi   Ejemplo... Te aseguraste siempre de que no me faltase nada, me dejaste en el último año de carrera, con los deberes hechos y en el camino correcto. Me apoyaste siempre en mis peores momentos. Dormiste conmigo cuando yo no me atrevía a dormir sola. Me criaste. Me diste la vida y más, me lo diste todo, todo lo que tenías y lo que podías enseñar. Me hiciste como una pequeña parte de ti, regaste la planta y aquí está el fruto. Ojalá pudieras seguir estando conmigo, ojalá estuvieras orgullosa de quién y de cómo soy. De la mujer en la que me he convertido sin tener alternativa. Ojalá yo fuese más fuerte... Ojalá no te hubieras ido...


Te quiero.>>


Por ella; por ti y por mí. 




Motivación a generaciones futuras

Cuando empecé Medicina pensaba que me estaba perdiendo a mí misma; ya no tenía tiempo para dedicar a todo aquello que me definía, me apasionaba y me diferenciaba previamente.


Sin embargo, me he dado cuenta de que esta, que es una carrera de fondo, te enseña a diferenciar para quién eres importante (porque te esperará, no importa cuánto) y, también, lo que es importante para ti (aquello que no dejarías nunca aunque tuvieses el mayor de los exámenes mañana mismo). 

Irónicamente, te enseña a establecer prioridades y a conocerte a ti mismo. 

Ahora, unos cuantos años más tarde, sé que no sólo puedo recuperar quién era, sino que además he crecido en experiencia y conocimientos.

La conclusión es que todo se consigue con paciencia y esmero, que todo va y todo vuelve… Todo, pero con tiempo.



¡Bienvenido a Medicina! La más humana de las ciencias, la más científica de las humanidades…




La definición de “paciente” en mi diccionario personal es: aquella persona que necesita de tu ciencia, pero también de tu humanidad.
Por ello, tanto en mi vida profesional como personal, me propongo ser humana, tratar a los pacientes como iguales, comprender su dolor, su miedo y su indecisión. 
Me propongo seguir ofreciendo mi mano sin pensar que caigo en el paternalismo, 
seguir creyendo que una sonrisa puede hacer mayor bien que un antidepresivo 
y un buen consejo más que el mejor ansiolítico.


Tengo claro que no habrá tratamiento completo si no soy capaz de ponerme en la piel de mi paciente.





Quiero ser


Una persona que disfrute al máximo de su tiempo libre, que ría, que viaje como si el mundo no fuese redondo ni tuviese final.

Que ahorre pero que no escatime en felicidad.

Que trabaje en algo que despierte su pasión día tras día.

Que corra, que nade, que se sienta libre.

Que luche por sus sueños y los vaya cumpliendo uno a uno.

Que no se detenga ante las adversidades.

Que ame, que quiera compartir su vida con alguien como su mitad.

Que grite, que llore, que no sienta vergüenza al mostrar sus sentimientos.


Que sea feliz consigo misma y no con lo que piensen los demás.




Recuerda...

Has luchado hasta lo indescriptible por tus metas. Has logrado cosas que para ti eran inimaginables. No permitas que todo ese esfuerzo caiga en el olvido.

¡Sigue escalando!


sábado, 8 de marzo de 2014

"Odio que estudies Medicina..."

Recuerdo el año en el que decidí que quería estudiar Medicina. Lo mío con esta carrera nunca había sido vocacional, de hecho, cuando jugaba a los médicos de pequeña siempre interpretaba yo el papel de paciente. Así que hoy, miro hacia atrás y me planteo cuál fue el punto de "infección" y creo que, de un modo u otro, lo sé...

Una vez, siendo yo la paciente, una doctora me dijo que si mil veces volviera a nacer, mil veces volvería a estudiar Medicina, por muy duro que le hubiese resultado y a pesar de todo el estrés y de las muchas horas de sueño perdidas. Yo, por aquel entonces, sólo podía imaginarlo, pero no la entendía.

Hoy, un ser querido ha dicho una frase que ha resultado ser reveladora para mí: "A veces odio que estudies Medicina". Y, aunque comprendo ese sentimiento, no puedo evitar pensar que esto no es a lo que "me dedico", esto es lo que soy.

Hace años no lo entendía, pero ahora sí: esto de ser médico no es algo que hagas a tiempo parcial, es un modo de vivir. Es dedicar más hora a ser médico que a ser hijo, hermano, sobrino o nieto. E incluso cuando eres todas esas cosas, no dejas de ser médico. Es un bagaje que viaja contigo, que no viene con interruptor de encendido o apagado.

Esta es una profesión que da muchas frustraciones, incluso decepciones, pero también llena y da sentido a tus días.

Yo aún no soy médico, pero no dejaré de luchar para llegar a serlo, a pesar de las quejas, el sacrificio y las injusticias del camino.



lunes, 18 de marzo de 2013

El final de una etapa, el comienzo de una trayectoria.

Aquí les dejo un pequeño texto que escribí a finales del curso pasado, curso que marcó un antes y un después en mi forma de ver la Medicina. Cada vez que lo leo, me hace recordar las ganas de superación y de aprendizaje de alguien que coge por primera vez un kit de suturas en sus manos. Espero que lo disfruten.

 

Ha llegado el final de este curso, Tercero de Medicina.
Este año la mayoría de mis antiguos compañeros y amigos han terminado sus respectivas carreras. Yo, sin embargo, siento que a pesar de los muchos años que aún me quedan por delante, este  ha sido uno de los años más importantes de mi vida.
Este ha sido el año en el que han cobrado sentido muchos misterios insignificantes y mágicos que, a pesar de que siempre han estado ahí, quizás no le habíamos prestado la atención que merecían: el color de los “moretones”,  el que te salgan las lágrimas por la nariz cuando lloras… Pequeñas dudas existenciales que por fin tienen respuesta para mí.  
Este ha sido el año de dar el callo como nunca antes, el año de las peleas pero también de las grandes reconciliaciones, el año de las derrotas y el año de los grandes logros. El año en el que por primera vez nos hemos vestido de blanco para enfrentarnos a la enfermedad, el año en que nuestras manos han cogido agujas, tijeras, hilo de sutura, incluso bisturíes… El año en que nuestros ojos han mirado por primera vez por un otoscopio, analizado ecografías, visto sangrar y detener hemorragias y nuestros oídos han escuchado el acompasado latir del corazón. El año en que hemos sentido ese cosquilleo en la nuca cuando un paciente te coge de la mano y te da las gracias por estar con él, haciendo un poco más llevadera su mañana.
No hay que subestimar nunca el poder de las primeras veces, ya que son éstas las que condicionan las siguientes. Es por ello que espero que, en el futuro que me aguarda, nunca pierda esta ilusión y la pasión que ha despertado este gran año en mí y que recorre mis venas cada vez que veo, escucho, toco y siento cada una de estas situaciones. Pequeñas cosas que han hecho de éste el año en el que ha comenzado todo y el que ha llenado de sentido mi esfuerzo y cada una de las lágrimas que he derramado por el camino.
Esto, por mucho que cueste, MERECE LA PENA, en todos y CON todos los sentidos.